lunes, 9 de noviembre de 2015

Recordar es vivir

Tuve la fortuna de ser criado, en su mayor parte, por puras mujeres. La más importante en mi vida fue mi abuela; ella fue mi madre y mi protectora durante todo mi proceso de crecimiento y, además, tuve la fortuna de convivir con un gran número de tías, unas 5 aparte de mis dos hermanas. Para mí fue algo que me marcó para siempre, porque gracias a ellas entendí la importancia de las labores del hogar, desde la comida hasta lavar trastes y ropa pero, sobretodo, aprendía a respetar y a valorar a las mujeres. Me di cuenta desde muy pequeño que la mujer es un ser excepcional.

 Mi abuela, por ejemplo, tuvo que sacar adelante a 12 hijos más otros tantos nietos, cuando mi abuelo partió de este mundo a causa del alcohol. Yo no sé como lo hizo, pero lo que sí me queda claro es que nunca se dio por vencida y por comida no sufrimos tanto (al menos teníamos para comer). Hubo carencias, lo acepto, pero lo que nunca me faltó, al menos a mí, fue cariño y comprensión de su parte. Ella fue como un ángel guardián, una bendición caída del cielo. Siempre supo cómo apoyarme y cómo valorarme, aún cuando tenía muchas bocas que alimentar. Es verdad que sus hijos, mis tíos, le ayudaron a soportar la carga, pero también es verdad que la mayoría de la misma era soportada bajo sus hombros. Por ella me enseñé a cocinar, aún y cuando al principio se rehusaba, diciendo que la cocina no era para los hombres, repitiendo los prejuicios asentados en una sociedad tan machista como la mexicana. Sin embargo, con el paso del tiempo, y gracias a mi insistencia, me metí a la cocina y he logrado replicar algunos de sus deliciosos platillos. Cada que preparo algo que ella hacía para nosotros, me viene a la mente y la recuerdo como si fuera ayer, sobretodo cuando preparo esos chiles rellenos de picado... capeados, deliciosos. Ella sabía que era mi platillo favorito y cuando los hacía me daba un gusto enorme. A mi hermano Alejandro también le complacía sus gustos. A él, por ejemplo, le gusta mucho el mole y cuando mi abuela lo hacía, ella decía que era sólo para él.

 Me gustaba mucho verla cocinar y ayudarle todo lo que podía. Cuando ella cocinaba el mundo se detenía y era un momento que compartíamos juntos de una forma muy especial. Su comida era deliciosa. Era una excelente cocinera. Vendía cena por los sábados y me acuerdo que a mí me tocaba acompañarla al mercado, caminando, cargados con el maíz nixtamalizado para molerlo y obtener la masa quebrada; además de comprar la carne, los chiles y la verdura para preparar los guisos. Cuando al fin terminábamos de comprar nos regresábamos en camión, cargados con las bolsas pesadas del mandado (más la masa) y durante todo el camino mi mami me decía que no me quejara y que me aguantara porque la tenía que acompañar. Hasta ahora es que entiendo porque me decía aquellas palabras: era porque no había nadie que la acompañara o que quisiera acompañarla y porque nunca le gustó depender de ninguna de sus hijas para poner su puesto. Yo le agradezco a Dios que así haya sido porque esos momentos eran solo nuestros, porque yo la disfruté mucho.

 Sin querer me acordé de ti mami. Sin querer te dedico estas palabras para que el mundo sepa lo grandiosa que fuiste y lo mucho que te quiero y te seguiré queriendo. Dios te bendiga dondequiera que estés y, con lágrimas en los ojos, te mando un abrazo y un gran beso. Te amo. Te llevo siempre en mi corazón. Te extraño...




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