Que el querer es el sentir de mis sinsentidos.
Hay muchos peces en el agua, pero sólo con pocos tienes afinidad.
Tiene una silueta muy femenina y eso, eso motiva, eso hipnotiza.
La suerte certera de la propia necedad conjunta y pretendida por la tierra misma de las eternas suturas que a mi corazón rozan. Pálidas voces, eternos soles.
Colores pasivos
enjambres de sorgo, cielos razos, intranquilos.
Quebrantantes pesares de inquisitivas pasiones.
Dones que ostigan y quebrantos marchitos
Poderes no vivos y santos sin rezos.
Perpetuos y sombríos, pétreos y oblicuos
los polos del destino que luchan y callan a mis verdades y que luchan y callan a mis terquedades.
Facilismo de cofradías
penetrantes ignominias y apresados malestares que sonríen y gimen por si mismos aturdiendo malestares de eternos goces terrenales.
Persistentes nubosidades
asqueantes averías que succionan mis talantes y tensan mis debilitantes deseos de obtener más.
Turbias y solitarias
tiemblan las risas sizeantes de los ríos y mares de juicios que acostumbran alabanzas y desquieren las templanzas.
Costumbres milenarias
tiernas y fatuas bisnagas que crecen dentro de nada y se erigen como el polvo de la brisa y de ese que levanta el ruido.
Vaciedades
influjos cautivos de sombras y solas cenizas de un crudo océano de placer.
Corrientes
pero también tempestades que atañen al lúgubre y desvalido temblar de mis labios al morderte.
Sutilezas
y, asimismo, las verdades a medias surgidas por tu belleza
y cautivantes como siempre el poder de tus caderas.
Promesas
también mórbidas flaquezas, sucedaneas torpezas de indelebles proporciones.
Locuras
estas son las tuyas, las mías y las de nadie.
Son las que nos sostienen y mantienen en el ardid del mundo, un ardid de seres,
un ardid de bienes; un ardid profundo.
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