Por
la mañana seguía inchado de pies a cabeza. Las apoplejías longevas
de mi cerebro en sí, no me dejaron dormitar en ningún lapso de
tiempo. Toda la noche estuve quejándome y sintiendo que de mi pecho
se me salía hasta el alma. Era algo más o menos parecido a la vez
que estuve a grito tendido pensando en mis mil desgracias.
Recuerdo
que tenía la atención puesta sobre mi almohada. No recordaba como
es que había llegado a ese punto, sólo recordaba las escuetas caras
de mi controvertida mirada. No, no, no, no. Me decía. Eso sí que
no, porque una vez que comienza, nunca va a terminar... y disparates
así por el estilo. La verdad es que no recuerdo mucho, tan solo me
acuerdo que no tenía ningún pesar desde hacía ya unos días.
¡Malaya mi suerte!, pero ¿qué le vamos a hacer?, me decía.
Desde
ese día y para siempre ya no volví a confiar en nadie; no volví a
dirigirme de frente con ningún matasanos: todos son iguales. Le
empiezan por decir a uno que no se preocupe, que todo irá bien y a
la mera hora ¡todo se va al carajo!, porque entonces es cuando
comienzan a decir cosas que uno ni entiende y no paran de hablar: que
si tiene un raro padecimiento que se presenta una vez en un millón,
que si tiene de dos sopas, que si no hace una o la otra se va a
morir... a mi déjenme aquí en mi casa y en mi cama. No me van a
llevar a ningún lado. De todas formas ya estoy más para afuera que
para adentro. Yo no les pido nada, sólo que no me molesten ni que me
tengan lástima; esa es para los animales, para los perros y las
vacas. Yo no necesito su lástima. Ya viví mi vida como yo quise y
mi mujer es testigo de eso. No señores, no, soy más viejo que el
matasanos ese y si algo he aprendido es que más sabe uno por viejo
que por estudiado.
Ya
mejor preocúpense por brindarme una santa sepultura; yo no quiero
ser una carga para naiden; yo nunca quise terminar de esta forma,
pero al parecer el patrón me eligió esta forma para despedirme de
todos porque de otra forma no los junto. Les pido también, de favor,
que me cuiden a mis animales, que se ocupen de mis chivitos: no me
los vayan a dejar solitos. Me los llevan a pastar, junto con mis
vaquitas. ¡Ay de mis vaquitas!, ahora ¿quién me las va a ordeñar?
Pobrecitos de mis caballos, o'ra ¿quén me los va a ensillar? Soy
muy viejo, vieja: ¡ya no llores! que te van a ver tus nietos y tus
hijos. Yo ya estoy muy viejo y mi tiempo ya se acabó. Mi tiempo ya
estaba contado pero, el tuyo, todavía no. Ay te encargo a mi
chonita, mi tierna y dulce niñita. Búscale un marido pa' pronto
porque ya se le esta pasando el tiempo del casamiento. Ya tiene
dieciseis años, ya sirve pa'l casamiento. No me la dejes sola, vé y
búscale a un huerco. Alguien como el Justino, que sabe lo que es
bueno, que sabe manejar el campo y que sabe de matar puercos, que
sabe lo que es chambear, tupirle a quebrarse el lomo, no como ese, tu
Roberto, que se la pasó estudie y estudie y que lo trajeron los
malos vientos, nomás pa' decirme que tengo una enfermedad sin cura y
pa' darme harto medicamento. No vieja, no, yo ya no tengo remedio. Me
siento como el santo padre, sin fuerzas, ya sin aliento, de tanto
cargar mi cruz; de tanto aguantar los golpes que me dieron los malos
tiempos. No mujer, ya no; no te des falsas esperanzas porque es malo
ser tan bueno. Déjalo a ojos de Dios y déjame morir sin frenos; que
diosito sabe por qué me quiere, que diosito sabe por qué me
muero...
Crónica
de una muerte agonizante : La muerte de Juliano Pérez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Me gustaría recibir sus comentarios para ir mejorando mi trabajo. Gracias.