Cómo te extraño. ¿Alguna vez has perdido un hermano?

Sigo pensando en tí. Sigo pensando que no es cierto. Sigo creyendo que te voy a encontrar sentado en la sala o en la mesa, parado en la cocina o caminando por la casa. Sigo pensando y pensando ... sólo en tí. No me hago a la idea de que todo esto haya pasado. No de esa forma. Te escucho a lo lejos, te escucho muy cerca. Te hablo entre sueños. Te hablo en voz queda.

Te grito muy alto y te quiero muy cerca. No, no estoy contento. No quiero aferrarme al momento e instante que es el hoy y el ahora. No es posible que esto esté pasando. No es posible por muchas cosas. ¿No es aquel que quiere el que quiere más o acaso aquel que quiere menos es el que mejor se adapta? Adaptación no quiero. De dolor no muero. ¿Cuál educación? ¿Cuál respeto? ¿Cuál armonía?
No se a que venimos a este mundo. No sé cuál es el propósito de nuestras vidas. No se porque escribo estas líneas. Sólo sé que en estos momento cada vez que te pienso no estoy contento. No quiero aferrarme al hecho de ya no poder verte. No puedo. No quiero.

¿Por cuánto tiempo así seré? En cuanto tiempo se cura esta herida. La herida que no sana y no se niega a abrir. Es una herida sangrante que supura por dentro. Una herida plena de ansias no claras y palpitaciones extremas.
Recuerdo cuando me decían que tu corazón no era bueno y su funcionamiento era non claro. Tuviste varias complicaciones, pero, creo, ya estabas sufriendo desde hace años. No lo entendíamos. No lo entendemos y no lo entenderemos, quizás, jamás. Somos, tal vez, poco o nada. Somos, tal vez, peor que la nada. Siento que siempre te voy a extrañar. Pienso que nunca te voy a dejar. Fuiste una estela brillante en un cielo despejado... nocturno.  Fuiste y seguirás siendo mi prueba de vida, mi espíritu incansable. Mi estigma dorada. Mi isla encantada y mi tesoro perdido. No somos nada y somos todo. En un instante te pierdo. En un instante te sigo.

Siempre esperé que algo grande ocurriera para poder actuar. Siempre pensé que algo enorme me habría de pasar. No supe y no sé que decir. Mucho menos a aquellos seres que te vieron nacer, a los que te vieron llorar y se regocijaron  en tus brazos. No se ni que decir al escribir ni se que decir al pensar. Siento angustia por dentro y carcomido mi carisma y mi corazón.

De qué sirve tanto y tanto placer por el estudio, por el conocimiento, por la ciencia y por la cultura, si nada de eso en absoluto me sirvió para ayudarte; para evitar lo inevitable. La muerte cuando te sigue es un ente implacable, una tormenta implacable que arrasa todo a su paso, un volcán en erupción, un tornado en ejecución. Ahora comprendo bien el poema de Amado Nervo. Ahora entiendo el verdadero significado de ser inmóvil. Qué pena la nuestra. ¿Qué alivio nos espera? El consuelo que tengo es que tengo a mi niño y a mi esposa, a mi madre y mis hermanos, a mi familia y a la tuya. Sin embargo, ello no completa toda la cadena. El eslabón faltante siempre estará presente, como la silueta del cuadro viejo que ahora han retirado, como la canción querida que no  recordamos o como el resplandor del sol inhibido por unas nubes borrascosas.

Tengo muchas ideas, muchas expresiones, muchas sinrazones. Tal vez no valen la pena, tal vez no pueden salir, o tal vez quieren salir todas a la vez y terminan por no emigrar ni una sola.

Te extraño y te quiero. Te amo y te abrazo. Te envío muchos besos. Hermano mío no puedo estar sin ti. No me aferro a los hechos. Castígome impunemente en cada pensamiento que doy, en cada paso que tengo. La soledad es vasta, pero sólo te das cuenta de cuán vasta es hasta que te la topas de lleno. Tengo que ver mi hijo, pero no es un determinante motivo. Crezco y crezco, cómo crezco... pero en angustia y dolor, en padecimiento, clamor y temor. Te seguiré escribiendo. Yo seguiré pidiendo. Esperando que lleguen a ti, estas frases, cual cartas a Dios, cual botella arrojada al mar. Escúchame y siénteme. Háblame y llámame. Atiéndeme y cálmame. Por allá nos vemos.

 Auf wiedersehen.