lunes, 5 de octubre de 2015

No muertos

Me negaba a escribir algo de zombies, pero la verdad sí me llaman la atención. Vamos a ver...

Llegaron como caídos del cielo: se pusieron cascos y chalecos de acero y, además, pañoletas como rudimentarias prendas. Seguían solos por la noche turbia y con temples mediáticas de altivo andar. Corrieron sin prisas comenzando a desplazar la niebla que ocultaba su camino. Eran los preferidos y eran los más aptos para enfrentar a las grandes hordas de aquellos no muertos. Sostenían, sobre de sí, unas grandes columnas de hierro llamadas super bazookas, las cuales pesaban tanto o más que una bicicleta mediana. Cargaban kilos de municiones con la ayuda de robots. Sus blancos no eran tan listos como ellos, pero los superaban en número, 100 a 1, por lo menos. Sin embargo, ellos tenían la ventaja de su habilidad en el frente: 3 años de entrenamiento militar exhaustivo en la base militar más extrema que el humano haya jamás conocido, la rosa escarlata. La cual debía su nombre a la sangre que derramabas ahí y al romanticismo de que nunca la olvidarías y que, hasta incluso, llegarías a amarla, porque sería tu único hogar durante ese largo y tortuoso periodo de tiempo. En realidad, ellos se consideraban guerreros natos, una fuerza de élite como ninguna otra que haya existido jamás. Una suerte de guerreros templarios con la agallas de un monstruo titánico capaz de engullir todo a su paso, o como la fuerza de un Kaiyu imponente que sostiene sobre si mismo la salvación o destrucción de las  vidas humanas. Eran muy valientes, eso no se discutía, pero hay que recordar que el exceso de confianza siempre atrae consecuencias graves para aquellos a quienes seduzca.
Ese día, tenían una tarea simple: eliminar a una horda de unos 10000 mecánicos infectados. Todos eran de nivel uno. La plaga se esparcía sobre la parte central de lo que antes fuera la gran ciudad de México.
Los policías que la custodiaban habían sido sorprendidos y, por tanto, aniquilados en un santiamén. Incluso el presidente en turno había sido ejecutado, pero él a nadie le importó ni tampoco su familia -ésta última se encontraba en el salón principal cuando comenzó el ataque-. Uno a uno fueron cayendo, como si de una leona cazando cebras en un corral, se tratara. Los helicópteros no llegaron a tiempo. Los pilotos decidieron no arriesgarse, prefirieron ir por sus familias y alejarse lo más rápido posible de esa interminable ciudad. En general, fue un caos total. El número de víctimas rebasó el millón de convertidos en tan sólo una hora. Las pérdidas humanas fueron demasiadas, casi tanto como las esperanzas que día con día, mas tarde, se desvanecían entre los sobrevivientes. La plaga se difundió con mayor rapidez en la arterias del metro y de los grandes bulevares, como se esperaba. No se detuvo por nada del mundo y siguió atravesando las ciudades aledañas. El Estado de México quedó devastado, salvo por un par de puntos verdes que lograron sobrevivir gracias, en gran parte, al ingenio de las personas que ahí habitaban. No se pudo expandir hacia las comunidades apartadas porque, a los mecánicos no muertos, les gustaba vivir en grupos debido a, eso creo, su instinto de supervivencia. Ellos también eran listos, sólo que, nosotros los humanos, lo ignorábamos y habríamos de aprender una gran lección por parte de éstos despiadados asesinos.

Continuará...

El caso de la ciudad de León fue muy sonado: los no muertos (NM) se acercaron desde todos los flancos, pero, principalmente, aparecieron por el norte. Era una gran horda, unos cinco mil, aproximadamente. Provenían de Aguascalientes y Lagos de Moreno. Atravesaron las llanuras siguiendo por momentos las carreteras libres y de cuota. Se movían rápido, no tenían intenciones de establecerse porque ya había una manada detrás de ellos que se había apoderado de las ciudades y poblados anteriores, pero aquellas comunidades que estaban más apartadas se salvaron de la infección. Por un momento, sin proponérselo, sacaron ventaja de su lejanía con la "civilización", al menos por una vez, eso les había servido de algo.
Las personas estaban avisadas, al menos, la gran mayoría y decidieron no tentar a su suerte y corrían en dirección sur, rumbo a Silao, Gto. capital, Salamanca, etc. Los zombies eran listos, puesto que tenían consigo el CHIP de localización que les habían instalado a cada uno de los mecánicos. Hay que recordar que ellos eran los únicos que se podían infectar y que su idea era terminar con la raza humana, como el virus que los contagió, se los dictaminaba. Utilizaban su GPS para dar con los grupos más numerosos de personas y esos, por supuesto que, eran los de las ciudades. Además, su objetivo era crear colonias de no muertos a su paso, para evitar que los humanos regresaran a sus lugares de residencia en busca de comida y/o provisiones. Eran letales y efectivos para la tarea que les fue asignada.
La gente se aglomeró en el centro de las ciudad para hacerles frente. Enviaron a los adultos mayores, niños y enfermos en camiones hacia el sur. Colocaron una gran muralla afuera del edificio presidencial como señuelo y se refugiaron en los edificios altos, destruyendo y cerrando los primeros pisos para cerrarles el paso y atacarlos desde los pisos superiores. La táctica resultó efectiva, pero se perdieron muchas vidas con dicha empresa, a pesar de todas las precauciones que se tomaron. El Hotel Rex fue un verdadero campo de batalla; estaba armado hasta los dientes: se contaba con armas militares, armas de guardias de seguridad, armas de pandilleros, armas blancas punzo cortantes, barriles de aceite, catapultas caseras, machetes, hachas, marros, ballestas, cañones, entre otras.

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